La Virgen Dolorosa es una advocación mariana relacionada con el México independiente, aquel México que, depositando su fe en María, lucha por ser una nación autónoma, libre y sin distinción de razas; aunque todo ello implicara hasta la muerte de los combatientes.
Jesús, con su muerte en la Cruz, nos ha dado no sólo la igualdad de razas, sino que nos devolvió la dignidad de hijos de Dios que habíamos perdido, nos liberó de la esclavitud del pecado y, por si fuera poco, nos dio a María, su madre, como madre nuestra:
“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre:
-Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Después dijo al discípulo:
-Ahí tienes a tu madre.
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya” (Jn 19, 25 – 27)
Palabras llenas de amor, ternura y valentía que nos revelan la fortaleza, amor y entereza de la Virgen María al presenciar la muerte de su único Hijo y recibir, en las últimas palabras de Jesús, a todos los hijos que la tomamos por Madre. ¡Qué inigualable intercambio! Aceptar la muerte de su Hijo único quien es tres veces santo y acoger, en su corazón, a todos los seres humanos y tantas veces pecadores.
¿Quién mejor que la Virgen María nos puede entender, comprender y recibir en los momentos de dolor o de prueba? Acogernos a Ella y confiar en su protección de Madre es fuente de consuelo y fortaleza.
Madre Martha lo sabía y en momentos dolorosos –suyos o de otros– confía en la intercesión maternal de María, recurre a Ella y la lleva a los demás. En una de sus cartas escribió: “Sé que nada podría decirle que le llevara un consuelo efectivo, por eso mejor le digo a la Virgen Dolorosa que lo haga por mí. Que Ella le haga comprender que Dios todo lo dispone para nuestro bien y escoge el momento más conveniente”[1].
En otro momento, oportunamente, así la hace presente: “Le mando esta medallita de la Virgen Dolorosa, es decir, en su advocación más maternal y comprensiva […] Ella le dirá y lo hará todo”[2].
¿Cómo afrontas el dolor de cada día? ¿Has acogido a María en tu corazón? ¿Quieres imitarla en su serenidad ante la Cruz y ser su discípulo/a?
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