En la cuaresma se nos invita a dar más de nosotros mismos. Jesús en el Evangelio de San Mateo nos dice: “han oído que se dijo a nuestros antepasados: No matarás (Ex 20,13; Dt 5,17); y el que mate será llevado a juicio. Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano será llevado a juicio; el que lo llame estúpido será llevado a juicio” (Mt 5, 21-22).
En la vida diaria hay quienes pueden afirmar ser buenas personas, porque dicen: no mato, no robo, no hago daño a nadie. Las dos primeras afirmaciones pueden ser ciertas, pero la tercera, no es tan fácil de cumplir. Con mucha facilidad podemos enojarnos y, en este estado, decir palabras hirientes o fulminar a las personas con el pensamiento y separarlas de nosotros con nuestras actitudes.
Cada persona está llamada a la santidad, nuestra meta final es el cielo. “Al final de nuestra vida seremos juzgados en el amor”, ha dicho San Juan de la Cruz. Por lo tanto, nuestro objetivo no es dejar de cometer pecados, sino practicar el bien con la heroicidad cotidiana de vivir amando a nuestros semejantes y cumplir con alegría lo que se nos ha encomendado.
Madre Martha sabe muy bien esto y nos presenta una práctica cuaresmal muy accesible y profunda: “La única penitencia que propongo que hagamos es: el fiel y delicado cumplimiento de nuestro deber”[1]. Y en otro texto nos dice cómo la santificación está a nuestro alcance: “una santificación como la de la Virgen María: en el silencio, en el ocultamiento, en el fiel y delicado cumplimiento del deber, POR AMOR”[2]. Ese fue su propio camino.
En este mundo tan lleno de protagonismos, de apariencias y conflictos, Madre Martha nos propone esta gran tarea para esta cuaresma y para la vida entera: practicar el ocultamiento, cumplir, con fidelidad y alegría, nuestro deber de cada día y hacerlo todo por amor.
¿Aceptas el reto de trabajar en tu santificación personal? ¿Qué harás en esta cuaresma?