Llenos de gratitud y de amor para darlo todo
- Nayeli Reyes Loyo, svcfe
- 23 jun
- 2 Min. de lectura

Estamos a mediados del año 2025, un tiempo en el que hemos sido llamados a vivir jubilosamente y con profunda gratitud el don inmenso de la redención, gracias a Jesucristo, que se hizo uno de nosotros. Él nació y creció en el seno de una familia; sanó a los enfermos del cuerpo y del alma; compartió la vida con amigos y celebró momentos significativos con ellos; y, por amor a cada uno de nosotros, padeció murió y resucitó.
Permíteme preguntarte: ¿cómo has vivido este año de gracia? ¿has agradecido el don de la redención en tu vida y en la de tu familia? ¿te has esforzado por hacer que tus acciones sean una alabanza a Dios?
La parábola de los diez leprosos, narrada en el Evangelio de san Lucas, nos habla de la gratitud. Diez fueron sanados, pero “solo uno de ellos, al verse sanado, regresó alabando a Dios en alta voz y se postró a los pies de Jesús dándole gracias. Era un samaritano. Jesús preguntó: ¿No quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Tan solo este extranjero regresó para dar gracias a Dios? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lc 17, 15-19).
La gratitud del samaritano va acompañada de la alabanza a Dios que brota de su fe porque ha experimentado la sanación física; sin embargo, Jesús da un paso más, le dice que su fe lo ha salvado. Por su acto de alabanza y gratitud el leproso recibe de Jesús la sanación interior, el perdón de sus pecados.
La sierva de Dios, Martha de la Inmaculada, también vivió profundamente agradecida por el amor de Dios y deseaba corresponderle con toda su vida. En uno de sus escritos exhorta a sus hijas espirituales y –con ellas también a nosotros– diciendo: “A cada una, seguramente, en el secreto de su corazón, Jesús le ha hablado y le ha pedido algo, en lo personal; pero, además, me parece que en conjunto […], nos pide también, no algo, sino mucho, y que nosotras, llenas de gratitud y de amor, queremos darle, no mucho, sino todo”[1]. En otro momento, les escribe: “es necesario, no nada más que le agradezcamos a nuestro Señor, sino que le demostremos, dentro de nuestras posibilidades y en la medida de nuestra debilidad y de nuestra miseria, la gratitud que le tenemos”[2].
Por lo que vivir agradecidos es alabar a Dios y, llenos de su amor, decidirnos a darlo todo por Aquél que nos lo ha dado todo.
¿Has experimentado la sanación, la ayuda de Jesús? ¿Eres una persona agradecida por los dones recibidos? ¿De qué manera lo haces evidente en tu vida diaria?
[1] AHSVCFE I.2.1.3. Fondo Martha Christlieb, Cartas a Hermanas de la Vera Cruz Hijas de la Iglesia. 1 enero 1971.
[2] Ídem, 3 mayo 1970.
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