“Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,7) dice el apóstol San Pablo a la comunidad de Corinto. Ante esta exhortación nos podríamos preguntar: ¿entonces, al que no da o no da con alegría, no lo ama?
La definición de quién es Dios, nos la da el apóstol San Juan “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Su esencia es amar, su fuerza, gozo y omnipotencia consiste en amar y, ¿por qué ama? porque Él es el AMOR, es decir, el autor de todo amor y de toda obra buena que sale del corazón humano.
Amar con alegría, significa darse, darse sin medida, darse más allá de lo sensible, darse con generosidad y experimentar, en la propia vida, el amor gratuito de Dios no sólo en nosotros, sino a través de nosotros. Él ama a quien da con alegría porque le participa, en lo profundo de su ser, el gozo que Él experimenta amando.
Madre Martha, en uno de sus escritos, nos dice: “En la medida de sus fuerzas y de sus posibilidades den lo que puedan, den lo que tienen: su persona, su tiempo, sus trabajos, sus ideas, sus iniciativas, su simpatía, su limosna, lo que puedan, pero denlo con generosidad […]. Quiera el Corazón Santísimo de Jesús inflamarles definitivamente en su divina Caridad, y que María, nuestra dulce Madre, la Medianera de todas las gracias, les regale su Corazón maternal y les enseñe a irradiar a Cristo, como Ella, donde quiera que vayan”[1].
Amar generosa y alegremente, significa dejarnos amar por Dios y que Dios ame a los demás en nosotros, a través de nosotros, de tal manera que irradiemos el amor de Cristo en nuestra vida.
Quien no se da a sí mismo con alegría y generosidad, también es amado de Dios, pero aún no experimenta la dicha de sentirse invadido por el gozo del amor de Cristo que inflama el corazón y se hace presente a través de nuestra humanidad, creando un ambiente de alegría, armonía y generosidad.
¿Experimentas el amor de Dios en ti y a través de ti? ¿En qué lo notas?
[1] AHSVCFE, I.5.4.6. Discurso dirigido a las integrantes de la Unión Femenina Católica Mexicana (UFCM), 13 de octubre de 1952.