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Foto del escritorNayeli Reyes Loyo, svcfe

Mujer, ahí tienes a tu hijo



Mujer, sustantivo que evoca ternura, fortaleza, valentía, fecundidad, competitividad, elegancia, belleza, esperanza… cinco letras que encierran el amor de Dios para la humanidad, su elección divina en la Virgen María, para llevar a cabo el plan de salvación y, en cada mujer, para cumplir su misión trascendental en el hogar y en todo ámbito donde se compromete a darse por amor y sin escatimar.

 

En algunas páginas del Evangelio vemos cómo la mujer ha sido resignificada, reivindicada y valorada por Jesús: le devuelve su dignidad y credibilidad (Jn 8,10-11), se hace acompañar por algunas de ellas (Lc 8,1-2), busca su amistad y compañía (Lc 10, 38-39), escucha su plegaria y la engrandece por su fe (Mt 15,28). Además, en las bodas de Caná es precisamente una mujer –su madre– quien consigue el primer milagro de su Hijo y evita el mal momento que pudieran vivir los novios anfitriones de la fiesta (Jn 2, 3-9).

 

Y así, en el momento más doloroso de la historia, la crucifixión de Jesús, ahí estaba Ella, la Madre, a quien Cristo le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 26-27). Esta es la herencia del Señor: darnos a su Madre y dignificar a la mujer porque el Verbo se ha hecho carne en el seno de una madre y es Ella quien le da fortaleza al momento de fallecer.  

 

Madre Martha, meditando este misterio, en uno de sus escritos nos comparte: “He ahí el testamento del Señor: Madre mía, sé madre protectora, patrona de los hombres, por quienes he dado yo mi sangre y mi vida: ‘ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre’. No es tu reina, no es tu emperatriz… no es mi Madre… ¡no!, sino que es tu madre. Y desde aquel punto es María nuestra madre celestial. Desde aquel momento es Madre del Cristo total: de la Cabeza, Cristo, su Hijo Divino, y de todos nosotros, de los miembros de la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo[1].

 

En la vida de Jesús y en la vida de cada persona, podemos ver cómo la mujer tiene un papel imprescindible. Ella siempre está presente en las angustias y en las alegrías, en la salud y en la enfermedad, en lo agradable y en lo desagradable, en la crisis y en la luz de una vida nueva. Su ser está hecho para contener, comprender, acoger, recibir, impulsar, animar, motivar, esperanzar; acciones que sanan, nutren, revitalizan y aman.

 

¿Descubres la dignidad de la mujer a la luz del evangelio? ¿Cómo resuenan en ti las palabras y acciones de Jesús ante ella? ¿Qué repercusiones tienen en tu vida?



[1] AHSVCFE I.5.4.15. Fondo Martha Christlieb, Escritos espirituales, Madre de Dios y Madre nuestra. Sin fecha.

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