¿Qué celebramos en Navidad? ¿A qué le llamamos misterio de Belén? Pretender dar una respuesta es pretender aprisionar o abarcar en palabras el más grande, inmenso, infinito, profundo y eterno misterio: el amor de Dios hecho carne, hecho hombre, hecho bebé, hecho familia para la humanidad. Es Dios humanado que ha venido a vivir no solo entre nosotros, sino en nosotros. Ningún lenguaje podría describir o definir tan sublime misterio al que con amor, adoración, fe, sencillez, humildad y gratitud tocamos o enunciamos cuando decimos: ¡Feliz Navidad!
Cuando Jesús dijo a sus discípulos: “permanezcan en mi amor” (Jn 15,9) y, en otra ocasión, “el que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14,23), les estaba revelando su misterio de amor, el anhelo íntimo y profundo de su corazón: acampar entre nosotros para que fuéramos su morada, su casa, su Belén, su sagrario. Esta bella e inaudita realidad celebramos en Navidad y la hacemos presente cada vez que rezamos la oración del Ángelus: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
¿Somos conscientes de ello? o nos pasa como en tiempos de Jesús que “vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron. A cuantos lo recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio capacidad para ser hijos de Dios” (Jn 1,11-12). Somos morada de Dios si lo recibimos en nuestra vida, si creemos en su palabra y le abrimos las puertas de nuestro corazón.
¿Qué significó para Martha de la Inmaculada que Dios se haya hecho carne, que haya vivido en Belén? Ella nos comparte y, a la vez, nos exhorta: “invito a todos y a cada uno a permanecer en Belén... (soy una incorregible amiga de Belén). Allí, junto a la Virgen Madre, estudiaremos y aprenderemos esas hermosas virtudes que tanto agradan a nuestro Jesús: la humildad, la verdad, la sencillez y la auténtica caridad. Nada de grandezas, ni de ostentación; nada de aparentar, ni de figurar, ya que las bellas apariencias no valen nada si no son expresiones de bellas realidades. Con naturalidad y con sencillez, realizar en cada momento, con la mayor perfección posible, nuestros trabajos y nuestras ocupaciones. Pero recordemos que el ambiente de Belén es también de profunda paz y de inmensa alegría”[1].
Vivir el misterio de Belén es vivir con sencillez, humildad, auténtica caridad e inmensa alegría, la vida de cada día, buscando en todo agradar a Dios Padre como lo hicieron Jesús, María y José.
Para ti, ¿qué es la Navidad? ¿qué consecuencias trae para tu vida celebrar el misterio de Belén? ¿buscas, con tus acciones, ser la complacencia de tu Dios y Padre?
[1] AHSVCFE I.2.1.7. Fondo Martha Christlieb, Cartas a Hermanas de la Vera Cruz Hijas de la Iglesia, 20 abril 1966.
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