En la biografía de la Madre Martha, el 17 de julio de 1914 fue bautizada, día en que se convirtió, como todos nosotros, en hija de Dios, llamada a ejercer su sacerdocio bautismal, el cual consiste en ofrecerle a Dios la propia vida, en acciones concretas; ser un culto agradable en bien de la humanidad: “les exhorto hermanos, por la misericordia de Dios, que presenten sus cuerpos como una hostia viva, santa, agradable a Dios; este es su culto razonable. Y no se adapten a los criterios de este mundo” (Rm 12, 1-2).
En su itinerario espiritual fue comprendiendo cada vez más este llamado y sentía la urgente necesidad de ofrecerse con Cristo al Padre por la santificación de todas las personas, de manera especial por los sacerdotes. Ella nos dice: “No quiero quejarme, quiero, por el contrario, agradecer con toda el alma a nuestro Señor las ocasiones que me da de poder ser verdaderamente una hostia sacerdotal”[1]. Y en otra ocasión escribe: “Sigo pidiendo constantemente a la Purisimita que Ella me haga de veras hostia sacerdotal, y tengo prisa”[2].
Tú y yo hemos recibido la gracia del bautismo y con ella, la llamada a ser hostias vivas, que se ofrecen y ofrecen su día a día, con sus luces y sombras, con sus penas y alegrías, por el bien de los demás; sea por las personas que tenemos a nuestro lado o por aquellas que no conocemos y que Dios tiene a bien ayudar por nuestra pequeña ofrenda, por ese acto de amor, unido al amor de Cristo.
Nada que es ofrecido a Dios, por los méritos de Jesús, queda infecundo. En esto consiste ser bautizados: en hacernos conscientes de este gran regalo y unir nuestra vida a la de Cristo. Así nada es desperdiciado. Todo dolor y alegría tiene una dimensión salvífica y le da un sentido de trascendencia y fecundidad a la propia vida.
Ahora que ya eres consciente de tan inmensa gracia, ¿cómo vivirás tu sacerdocio bautismal?
Siempre celebramos nuestro cumpleaños, pero ¿sabes la fecha de tu bautizo? ¿cómo lo celebras?
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