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  • Foto del escritorNayeli Reyes Loyo, svcfe

Suavidad y dulzura consigo mismos


Hoy en día, mucho se habla y se trata de combatir todo aquello que nos hace sentir vulnerables, débiles, limitados. Sin embargo, cada día constatamos nuestras fragilidades físicas, psicológicas y espirituales. Al mirar a nuestro alrededor, somos testigos de una humanidad a menudo sufriente y en ocasiones perdida; muchas veces nos sentimos débiles e incapaces para afrontar y resolver esas dificultades, limitándonos únicamente a no causar mal a nadie.


En muchos momentos se nos olvida que hemos sido configurados con una naturaleza humana –que siente, sufre, tiene limitaciones– y que también tenemos alma divina, que aspira a los bienes más excelentes e inmortales, por ser imagen de Dios.


San Pablo, en su carta a los corintios, comparte su sufrimiento por una “espina” que lo atormenta. No dice de qué se trata, pero se comprende que es una dificultad que podría limitarlo en su misión evangelizadora. El apóstol le pide a Dios que lo libere de ese obstáculo, y la respuesta divina no es para quitarle el obstáculo, sino para hacerle una gran invitación a confiar en Él y en su fuerza transformadora: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” (2 Cor 12,9).


Madre Martha ha comprendido muy bien esto y nos invita a conocernos más, a tratarnos con suavidad y a cuidar nuestra alma, pues esto nos ayuda en el camino a la santidad. Ella nos dice:


“Muchas almas no se santifican porque no saben tener suavidad y dulzura consigo mismas. A veces depende de que no tenemos en cuenta nuestra propia miseria; otras, de que no tenemos en cuenta nuestro modo de ser; digamos así, las leyes propias de nuestra alma, y otras veces que no consideramos lo delicado, lo divino que hay en nuestra propia alma. Es decir, nuestra alma es una cosa muy especial, porque está unida con la materia y tiene miserias y tendencias a lo bajo; y como tiene la imagen de Dios, tiene aspiraciones al infinito… Por el hecho de ser nuestra alma tan divina y tan terrena, de tener algo Divino que es la imagen de Dios y estar al mismo tiempo ligada con la materia, necesitamos cuidados especialísimos”[1].


La experiencia de San Pablo y de Madre Martha Christlieb, nos abre un horizonte: reconocer y aceptar nuestra debilidad nos ayuda a abandonarnos en los brazos del Padre, que nos ama tal como somos y quiere sostenernos en nuestro camino, para después poder afirmar, junto con los que nos han precedido en el camino hacia Dios: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10).

¿A qué te invita la experiencia de San Pablo y de Madre Martha? ¿Te animas a cuidar de tu alma en el combate espiritual hacia la santidad? ¿Qué harás para lograrlo?



[1]AHSVCFE I.5.4.1. Fondo Martha Christlieb, Escritos espirituales sobre las virtudes, sin fecha.

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