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Evitar lo que pueda desagradar a Jesús

  • Foto del escritor: Nayeli Reyes Loyo, svcfe
    Nayeli Reyes Loyo, svcfe
  • hace 6 días
  • 2 Min. de lectura

Tomada de la fototeca Martha Christlieb
Tomada de la fototeca Martha Christlieb

“Quiero, y le suplico que sea para mi pobre alma, lo que ha sido siempre, que siga sintiendo la obligación de guiarme siempre derecho hacia nuestro Señor y para ello que, sin miramientos de ninguna clase, me haga ver siempre que lo crea conveniente y oportuno todo aquello que vea en mí que pueda desagradar a Jesús[1]”.

 

Estas palabras de la sierva de Dios, Martha de la Inmaculada, revelan un corazón dispuesto a dejarse guiar y corregir; un corazón que posee una profunda humildad, apertura y deseo de conversión. Nos recuerdan que, muchas veces, no vemos con claridad nuestras propias debilidades y que necesitamos “ojos externos” que nos ayuden a no desviarnos del camino.

 

En un mundo en el que la crítica suele herir y la corrección se evita, la fe nos enseña que la verdadera caridad se expresa también en decir la verdad con amor. Corregir y dejarse corregir son dos caras de la misma moneda: el amor fraterno que busca siempre lo mejor para la otra persona y nos impulsa a que juntos crezcamos en la unión con Dios.

 

La Sagrada Escritura nos lo recuerda: “El que ama la reprensión ama el saber, el que odia la corrección es un tonto” (Pr 12,1); y en otro pasaje nos dice: “mejor son dos que uno, pues juntos obtienen mejores resultados de sus esfuerzos. Porque si caen, alguno levantará al otro” (Ecl 4, 9-10). Cuando alguien nos corrige con amor, no está atacando nuestro valor como personas, sino que nos está ayudando a ser más fieles al plan de Dios.

 

Madre Martha buscaba evitar aquello que pudiera desagradar a Jesús. Por eso recurre, con decisión, a la corrección fraterna pidiendo que, “sin miramientos” se le mostrara aquello que pudiera apartarla de la santidad.  Su disposición total al plan de Dios es un ejemplo vivo de entrega y confianza.  

 

Recordemos que la corrección fraterna, cuando se vive desde el amor, se convierte en un acto profundo de caridad. Recibirla exige valentía, humildad y docilidad; darla requiere ternura, sencillez y verdad.  Ambas actitudes nos orientan a la meta más hermosa y alcanzada por los santos: vivir para agradar a Jesús.

  

 ¿Cómo recibes normalmente alguna corrección? ¿corriges a los demás con amor y respeto, pensando en su bien y no en tus juicios? ¿buscas a personas que te orienten y ayuden a crecer en la fe?



[1] AHSVCFE I.2.3.316. Fondo Martha Christlieb, Cartas a Hermanas de la Vera Cruz Hijas de la Iglesia. 11 agosto 1952.

 
 
 

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