¿Quién, en el caminar de su existencia, no ha experimentado momentos de abatimiento, desánimo o desaliento? ¿Quién, rodeado de incertidumbre y vulnerabilidad, no se ha preguntado dónde está Dios? ¿Acaso ya me olvidó?
Dios, en el antiguo testamento, nos dice: “¿Acaso olvida una madre a su niño de pecho, y deja de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49,15).
Entonces, ¿qué es lo que pasa? ¿por qué llegamos a sentir que Dios nos ha dejado o se ha olvidado de nosotros? Las respuestas pueden ser muchas, de acuerdo a las realidades que vivimos o a nuestra forma de ser, lo que sí podemos afirmar es que, en muchas ocasiones, somos nosotros los que nos olvidamos o separamos de Dios, los que queremos que Él responda a nuestros planes y no nosotros responder a los suyos, o también, estamos más pendientes de nosotros mismos en lo que hacemos bien o lo que hacemos mal y dejamos de estar atentos a su amor misericordioso, que se vale de nuestra pequeñez para llevar a cabo sus planes, que son mucho mejores que los nuestros.
San Pablo nos dice: “todo contribuye al bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28), en otro texto exclama: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Dios, que nos ama hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas” (Rm 8,35-37). ¡Cuánta claridad, certeza y confianza en el amor de Dios hay en las palabras del apóstol de los gentiles!
Para Madre Martha, la certeza de saberse amada por Dios era su fuerza y confianza en todo momento. En uno de sus escritos nos anima a vivir esta experiencia:
“Me parece, que tendría a Jesús muy contento, si tuviera más confianza en Él, más fe en el amor que Él tiene a su alma, más seguridad de que Él le ayudará a cumplir lo que le encomiendan…; si se ocupara menos de pensar en su inutilidad, en lo poco que sirve, en lo mal que hace todo, en que las otras [personas] lo harían mejor… y se entregara en una forma más íntima, más completa, más total a ese Amor y a esa Misericordia que quiere valerse de su pequeñez para hacer bien a muchas almas.
No se deje abatir por el desaliento y por la desconfianza…, cuando se sienta abatida/o, inútil, impotente, refúgiese pronto en el Corazón de la Inmaculada y pídale con filial confianza, con verdadero atrevimiento, con osadía de ‘niño’, que Ella actúe siempre y en todo por usted y CREA y ESPERE que lo hará”[1].
En este mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, pídele que aumente tu confianza en su amor. Por tu parte, haz actos de confianza y abandono en sus planes ¿qué actos podrías realizar?
[1] AHSVCFE I.2.3.617. Fondo Martha Christlieb, Cartas a Hermanas de la Vera Cruz, 12 abril 1954.
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